COVID-19: Cinco Razones por las que el mundo no será el mismo. Pero tal vez, mejor.
Pocos días después de que el gobierno
decretara el aislamiento preventivo obligatorio en nuestro país, comencé a preguntarme,
como esta emergencia sanitaria había cambiado nuestras vidas en un abrir y
cerrar de ojos. Al principio, no lo tome
muy en serio y, de hecho, estaba seguro de que solo era cuestión de unos
cuantos días. Incluso, hacía planes de lo que haría cuando todo volviera a la
normalidad.
Con el paso de los días, comencé a
seguir más de cerca el desarrollo de una pandemia que muy pronto se convirtió
en una guerra mundial contra el ‘enemigo invisible de la humanidad’. Mis
preguntas obviamente cambiaron. ¿Qué pasaría si nuestras vidas jamás vuelven a
ser como antes? ¿Qué pasará dentro de seis meses, un año, o incluso diez años?
Mas importante aún, ¿será que el
mundo saldrá de esta crisis mejor que antes?
Pensándolo más detenidamente, se
trata de una pregunta fundamental, que debe estar en el centro de la agenda de
las personas, los gobiernos y las empresas, porque las decisiones que se tomen
en las próximas semanas, probablemente le darán forma al mundo en los próximos
años. Estas decisiones, de acuerdo con el escritor Yuval Noah Harari, le darán
forma no solo a nuestros sistemas de salud sino también a la economía, la
política, la sociedad y la cultura. No obstante, recalca el autor que, al
elegir alternativas, debemos no solo preguntarnos como superar la amenaza
inmediata, sino también en qué tipo de mundo queremos habitar una vez pase la
tormenta.
Para visualizar el horizonte lejano a
través de la niebla y la incertidumbre del corto plazo, es muy importante ver
el presente con los lentes de los cambios que se podrían ir materializando a
medida que la situación se vaya estabilizando. Lo que esta pasando ahora, cambiará
la forma en la que hacemos negocios, la forma en que trabajamos, colaboramos, compartimos,
consumimos, viajamos y aprendemos. Todo
a la vez.
Soy optimista, y mi optimismo se basa
en la esperanza de que encontraremos formas de ver y pensar con claridad sobre las
tendencias que están emergiendo, y que como sociedad seremos capaces de
encontrar un camino económica y socialmente viable hacia la nueva normalidad.
Mi intención, entonces, es que este artículo
se convierta en un recurso útil para quienes buscan entender mejor los cambios
poderosos que estamos viviendo. Para esto, me he enfocado en el análisis de cinco
tendencias que están alimentando muchas de las transiciones del presente al futuro.
Sistemas de salud resilientes
Esta crisis ha expuesto la necesidad
de invertir de manera prioritaria en nuestros sistemas de salud para que sean más
resilientes a la actual y a futuras crisis sanitarias. Es necesario pensar de
manera holística acerca de la salud pública y privada, y reorientar los
sistemas de salud desde el tratamiento hacia la prevención.
Hoy, los servicios digitales de salud
y la telemedicina luchan por atender ‘volúmenes extremos’ de pacientes durante
el pico de contagios de la epidemia. Esto abre nuevos caminos para que la
industria de la salud digital evolucione más rápidamente, y se generen nuevos
estándares de atención personalizada, adaptada a las necesidades, horarios y
estilos de vida de cada paciente, brindada por diferentes especialistas de la
salud.
Por ejemplo, países como Francia,
Estados Unidos y Colombia han creado políticas públicas para facilitar el
acceso a la atención de pacientes a través de telemedicina. Israel ha
introducido dispositivos robóticos para controlar el estado de salud de las
personas en cuarentena. Canadá y Estados Unidos están desarrollando
aplicaciones de Inteligencia Artificial para rastrear la propagación del virus
y predecir donde podrían aparecer los siguientes brotes.
De acuerdo con la Organización para
la cooperación y el desarrollo económicos (OECD), hay tres aspectos
fundamentales en los que se debe trabajar:
Primero, fortalecer los mecanismos de
vigilancia de enfermedades e infraestructuras de informacion sanitaria. Mas
allá de los sistemas de alerta temprana y respuestas basadas en alertas y
notificación de casos, los países deben estandarizar registros nacionales de
salud electrónicos, esto con el fin de extraer datos y poder vigilar en tiempo
real el progreso de las emergencias sanitarias, y de esta manera poder gestionar
de manera dinámica el sistema de salud en momentos de crisis.
Segundo, los países deben contar con
sistemas de salud adaptables, que tengan un exceso de capacidad para responder
a aumentos inesperados de la demanda hospitalaria, en este sentido, se deberán adoptar
enfoques como: Contar con un “ejército de reservistas” de profesionales de la
salud que se puedan movilizar rápidamente, tener una capacidad almacenada
considerable de suministros, y mantener una reserva de camas hospitalarias que
puedan transformarse rápidamente en camas de cuidado intermedio.
Por último, además de los esfuerzos
para coordinar una respuesta internacional para la contención rápida de futuras
emergencias, se debe acelerar el desarrollo de diagnósticos, tratamientos y
vacunas, y que estos a su vez, sean aprobados rápidamente. Asimismo, es muy importante que se incrementen
los recursos de investigación y desarrollo, de tal modo que los países estén mejor
preparados para eventos futuros.
Cerebro global
Hipercolaboración científica
La ubicuidad que nos ha proporcionado
Internet y el poder de los sistemas informáticos que hemos desarrollado, han
creado básicamente una extensión del sistema nervioso humano, a través del cual
se transmite la información y el conocimiento generado por billones de personas
a la velocidad de la luz.
El COVID-19 cambió radicalmente la
forma de hacer ciencia. Nunca, tantos investigadores del mundo se habían
centrado tan urgentemente en un solo tema. Para entender un poco mejor la magnitud
del cambio, durante la pandemia del SARS, descifrar la secuencia genética del
virus les tomó a los científicos aproximadamente cinco meses, y desarrollar una
vacuna cinco años. Para el COVID-19, descifrar la secuencia apenas un mes, y se
espera que la vacuna esté disponible en menos de 18 meses.
Una vez publicada la información de la
secuencia genética del virus, el 11 de enero de 2020, se desencadenó una
intensa actividad colaborativa de investigación y desarrollo a nivel global sin
precedentes en nuestra historia, enfocada al desarrollo de una vacuna contra la
enfermedad. De igual forma, las revistas indexadas, que antes solo publicaban
estudios revisados por pares, ante la emergencia decidieron dejar esos
estrictos protocolos para compartir en el menor tiempo posible la información
más relevante y de manera gratuita para toda la comunidad científica.
Mientras los gobiernos han estado
cerrando sus fronteras, los científicos han estado abriendo las suyas. La
batalla contra el COVID-19 es una historia de triunfo científico colaborativo, en
la que un ejército de académicos y la industria trabajan a escala global para
derrotar a un enemigo común.
Afortunadamente, ya existen varios ejemplos que
muestran el camino, como la Coalición para la Innovación en preparación de
pandemias (CEPI por sus siglas en ingles), una alianza internacional que busca
financiar y coordinar el desarrollo de nuevas vacunas, el CERN (Organización
Europea para la investigación nuclear), o el proyecto atlas de las células
humanas (HCA).
El mundo en modo remoto
El coronavirus estimuló el mayor
experimento de teletrabajo a escala mundial y lo implantó como una posibilidad para
millones de personas. Y no se trata
solamente de esto, el cambio a “modo remoto” se está acelerando a una velocidad
vertiginosa. Reuniones familiares y de trabajo, eventos masivos y educación se
están pasando 100% en línea.
En el campo de la educación, implicará
cambios profundos al modelo educativo para que los niños y jóvenes aprendan a
trabajar de forma colaborativa en un mundo interconectado, y de la mano con
esto, el rol de los educadores, que no solamente deben ser expertos en una
materia, sino también tener la capacidad guiar y ayudar a fomentar habilidades
como pensamiento crítico, colaboración, trabajo en equipo y comunicación a través
de diferentes medios, para resolver problemas en contextos locales y globales. Mas aun, ahora que se está acelerando el
proceso hacia una sociedad digital, y los jóvenes pueden acceder a cualquier
tipo de conocimiento, e incluso adquirir un sinnúmero de habilidades con unos
pocos clics.
Por último, el teletrabajo traerá
retos interesantes tanto para las empresas como para los colaboradores en temas
como: Horarios de trabajo, el equilibrio personal-profesional, y la
productividad. En muchas regiones del
mundo se deberán superar barreras como la infraestructura tecnológica y las
regulaciones laborales, muchas de ellas conceptualizadas en el siglo XIX.
Vigilancia bajo la piel
La pregunta es ¿Tenemos que renunciar
a parte de nuestra privacidad para vencer al coronavirus?
Es un gran dilema, teniendo en cuenta
que en la actualidad ninguno de nosotros sabe exactamente como estamos siendo
vigilados, y esta pandemia podría convertirse en el motivo perfecto para
legitimar el despliegue de herramientas de vigilancia masiva en muchos países,
lo que en palabras de Yuval Harari, podría desencadenar una dramática
transición de la vigilancia “sobre la piel” a la vigilancia “bajo la piel”.
Por ejemplo, en su batalla contra el
COVID-19, varios gobiernos han desplegado nuevas medidas de vigilancia a través
de herramientas tecnológicas. Uno de los
casos más notables es el del gobierno chino que ha comenzado a monitorear los
teléfonos inteligentes de las personas, obligándolas en muchos casos a
verificar e informar su temperatura corporal y condición médica. Gracias a esto, no solo pueden identificar
rápidamente a los sospechosos portadores de la enfermedad, sino también
rastrear sus movimientos e identificar a las personas con las que tuvo
contacto. De hecho, ya se han comenzado a producir una gama de aplicaciones que
advierten a los ciudadanos sobre su proximidad a pacientes potencialmente
infectados. Medidas similares ya se
vienen implementando en otros países como Corea del Sur, Israel y Singapur.
Por otro lado, se comienza a
vislumbrar el desarrollo de nuevas tecnologías basadas en la identificación
digital de las personas para la gestión de epidemias en el futuro. Por ejemplo,
la iniciativa de credenciales COVID-19 (CCI por sus siglas en inglés) es una
colaboración de más de 60 empresas que están trabajando en el desarrollo de un
“pasaporte de inmunidad”, que les permite a los individuos probar (y solicitar
pruebas de otros) que se han recuperado del nuevo coronavirus, ya sea por
anticuerpos o por que han recibido una vacuna, una vez que haya una disponible.
Solo para citar un ejemplo más. Qué
tal si para comprar un tiquete de avión tuviera que inscribirse previamente a
un servicio que registre sus movimientos para determinar si estuvo en sitios de
posible contagio, o estuvo en contacto con personas contagiadas, o por lo menos,
le sea solicitado el “pasaporte de inmunidad” para poder viajar.
Seguramente terminaremos adaptándonos
a estas y otras medidas, como ya lo hemos hecho en el pasado a raíz de los
ataques terroristas del 11 de septiembre, considerándolo un pequeño precio a
pagar por la libertad básica de compartir con otros.
Tierra S.A.
Ingreso básico universal
La emergencia generada por la
pandemia del COVID-19, así como el aislamiento obligatorio implementado para
combatirla, están llevando a las economías del mundo al límite. Esto ha llevado
a muchos gobiernos a implementar estímulos fiscales y subsidios masivos para
mitigar la crisis.
Estos planes son esenciales, pero deben ser estratégicos y sostenibles para que estas medidas no se conviertan en un incentivo perverso que sea la semilla de nuevas crisis en el futuro.
El sistema económico actual se basa en
lo que los economistas denominan ‘intercambio de valor’. Desafortunadamente, este
sistema esta intrínsecamente orientado hacia el ‘crecimiento a toda costa’, lo
que precisamente lo está llevando a su colapso; no en la manera de conquistar
mercados y acumular capital, sino en su capacidad de distribuir la riqueza y ser
sostenible con el medio ambiente.
Asimismo, la pandemia ha puesto de
manifiesto que muchos trabajos no son esenciales y podrían desaparecer, lo que
es sumamente grave, porque en una sociedad donde el intercambio de valor es el
principio fundamental de la economía, los bienes básicos están disponibles
principalmente a través de los mercados. Esto significa que hay comprarlos, y
para comprarlos se necesita generar un ingreso procedente de un trabajo.
Por lo tanto, un nuevo contrato
social debe surgir de esta crisis, con el fin de reequilibrar las profundas
desigualdades que prevalecen en las sociedades y que han sido expuestas de un
solo tajo por el COVID-19. Precisamente,
hace pocos dias, el Papa Francisco sugirió que podría ser tiempo de considerar
un salario básico universal para ayudar a mitigar la interrupción económica que
han sufrido los trabajadores en el mundo.
Afortunadamente ya hay algunas luces
al respecto. Por ejemplo, Hong Kong aprobó un ingreso básico para todos los
ciudadanos durante la pandemia, dándole a cada ciudadano alrededor de $1.290 dólares
mensuales. Países como Estados Unidos y Canadá ya están trabajando en la misma
línea. El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, prometió $2.000 dólares
canadienses por mes, durante los próximos cuatro meses a los trabajadores que
han perdido sus ingresos por la pandemia, y Alaska ha estado haciendo pagos
anuales a los residentes del estado durante décadas.
El aprendizaje de estos experimentos,
y otros que están en marcha en varios países, generarán un conocimiento
considerable para crear las bases de lo que podría ser un ingreso básico universal,
que sea suficiente para mantener a una persona con un mínimo modesto, pero dejando
suficientes incentivos para trabajar, ahorrar e invertir.
Cadenas de suministro resilientes, y
más locales…
Las cadenas de suministro se han
vuelto cada vez más sofisticadas y vitales para la competitividad de muchas
empresas. No obstante, su naturaleza
globalizada y el enfoque hacia la reducción de costos y optimización de
inventarios, las hace más vulnerables a una gama de riesgos y menor
flexibilidad para absorber demoras o interrupciones.
El COVID-19, sumado a las guerras
arancelarias y comerciales que ya venían atravesando desde antes de la
pandemia, han revelado las limitaciones de este enfoque, lo que obligará al
reordenamiento de las cadenas de suministro mundiales para evitar futuros
colapsos sistémicos.
Surge entonces la necesidad de tener
un suministro más distribuido (local en muchos casos), coordinado y rastreable
en múltiples geografías y proveedores. La
visión tradicional de una cadena de suministro lineal se transformará de manera
disruptiva en redes de suministro digital que utilicen tecnologías como 5G, Inteligencia
Artificial, robótica, IoT, blockchain, Impresión 3D, entre otras. Estas redes
tendrán la capacidad de anticipar interrupciones y reconfigurarse dinámicamente
para mitigar sus respectivos impactos.
Limites planetarios
Las calles están vacías, las ciudades
están en silencio, las fábricas están cerradas, y los cielos están en silencio.
Seguramente todo esto ha tenido un impacto positivo para el medio ambiente,
¿no?
A medida que la crisis del COVID-19 se
expande por el mundo, es fácil olvidar la crisis climática. Las prioridades por
supuesto han cambiado, y en este momento, los esfuerzos se enfocan en la desaceleración
del ritmo de crecimiento de la pandemia, para salvar vidas y luego reiniciar
las golpeadas economías de cada país.
Es cierto que las emisiones contaminantes
y de efecto invernadero han descendido durante este año, debido a la reducción
de la operación del aparato productivo y la movilidad de los automóviles. Sin
embargo, no debemos olvidar que los gases de efecto invernadero pueden
permanecer en la atmosfera durante siglos, lo que significa que su
concentración continuará creciendo, incluso si estamos produciendo menos. Y, de
hecho, se volverán a incrementar tan pronto como las economías comiencen a
reactivarse.
De acuerdo con los informes
científicos, los pasos que tomaremos en la próxima década serán cruciales en la
lucha contra el cambio climático, puesto que un aumento promedio de la
temperatura global, por encima de 1.5 grados, crearía riesgos que la economía
global no está preparada para resistir.
Por lo tanto, la amenaza de que el
cambio climático se acelere seguirá latente. En el corto plazo, los gobiernos,
las empresas y las personas tendrán dificultades para integrar las prioridades
climáticas con las necesidades económicas urgentes, y en su afán de reactivar
la economía, podrían buscar soluciones rápidas que tendrán un impacto ambiental
negativo. Estas pueden incluir entre otras, el flexibilizar algunos estándares
ambientales para facilitar la operación de muchos sectores económicos,
subsidiar a la industria de los combustibles fósiles y volver al ritmo frenético
de producir y consumir más cosas.
Esto podría retrasar la acción
climática en cuanto a las inversiones, compromisos y enfoques regulatorios,
potencialmente durante varios años. Los inversores también podrían disminuir su
asignación de capital a nuevas soluciones amigables con el medio ambiente
debido a la disminución de la riqueza.
Pero hay otra posibilidad. Las
sociedades podrían tomar ventaja de este momento como una oportunidad histórica
de moverse hacia una economía baja en carbono. El COVID-19 ha mostrado que es
posible una respuesta a gran escala para afrontar una crisis mundial, se debe
aprovechar esta oleada de compasión y proactividad que hemos visto en
gobiernos, empresas y personas para avanzar en esa dirección.
El primer paso crítico para tomar las
decisiones correctas es comprender las similitudes, las diferencias y las
relaciones más amplias entre esta pandemia y el cambio climático. Entendiendo
que, ni la pandemia, ni el cambio climático se pueden enfrentar sin una
verdadera coordinación y cooperación global.
Segundo, es fundamental comenzar a
construir ese nuevo futuro sobre la base de la mentalidad, los cambios de
comportamiento y las tendencias que emergerán después de la crisis (sistemas de
salud resilientes, un mundo en modo remoto, redes de suministro digital, hipercolaboración
científica), que abrirán la puerta a nuevas formas de relacionarse con el
entorno, y desplazarse hacia un sistema social y económico más sostenible.
La civilización humana ha llegado a
una bifurcación en el camino que hemos recorrido durante tanto tiempo. Debemos
escoger uno de los dos caminos, aunque ambos nos llevan a lo desconocido. En
palabras de Yuval Harari, si elegimos el camino de la desunión y la
desconfianza, será la mayor victoria del virus.
Por el contrario, si la epidemia resulta en una cooperación global más
estrecha, será una victoria no solo contra el coronavirus, sino también contra
todas las futuras epidemias y crisis que podrían atacar a la humanidad en el
siglo XXI.
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